
La casa matriz de La Iglesia Universal del Reino de Dios, más conocida por su eslogan “Pare de Sufrir”, abre sus puertas cinco veces al día. Además de la palabra del Señor, las ceremonias incluyen cura de enfermedades, 2 minutos de fama en televisión y souvenires para los presentes.
El Templo Mayor de Pare de Sufrir se encuentra en 18 de Julio y Yaguarón, donde estaba el cine Trocadero. Cinco veces al día, como en el cine, se ofrecen funciones para aquellos fieles y curiosos que quieren conocer la propuesta de la iglesia pentecostal más importante del Mercosur.
Vienen con Alegría
Tres y cuarto de la tarde: en el hall de entrada del templo principal de Pare de Sufrir hay una extensa cola de hombres y mujeres, en su mayoría mayores de 50 años. Un joven vestido de traje gris bendice uno a uno a los presentes y con un “Adelante hermano” los invita a ingresar al salón principal.
Poco a poco, las butacas del viejo cine se van llenando. Desde unos modernos parlantes que flanquean al cine por ambos lados suena una música casi imperceptible.
El estrado, sin gente por el momento, presenta una mezcla simbólica con la que un semiólogo podría escribir un libro. A la izquierda del mismo hay un moderno órgano y pegado a éste, una bandera de Uruguay. El centro está acaparado por un imponente y futurista altar que encajaría a la perfección en la película Metrópolis de Fritz Lang. De la pared que se encuentra arriba del estrado pende una inmensa cruz metálica. Más arriba aún, y en letras tamaño hombre, se puede leer “Jesucristo es el Señor”.
Una vez que cierran las puertas, la música comienza a subir y el público se pone de pie. Cuando el tema llega al estribillo, y el público ya se encuentra en un estado de semi euforia producto del ritmo alegre y litúrgico de la canción, muy parecido a la música de Daniela Mercury, el Pastor hace su aparición triunfal sobre el escenario, cantando en un portuñol marca registrada de esta iglesia pero también del Manosanta de Olmedo.
Los presentes conocen la canción de memoria que incluye una pequeña coreografía con las manos. La música baja lentamente y el Pastor, sin dar tregua, comienza el sermón como si fuese un relator de fútbol en medio de una jugada de gol: pura energía y tensión.
Apenas comenzada la ceremonia, los sentidos ya se encuentran en estado de exaltación. El Pastor pide un amén; el Pastor bendice al señor 10 veces en 15 segundo. Dando pequeños saltitos, el Pastor se pasea de un lado a otro del escenario. El ritmo frenético de la oratoria solo permite rescatar algunas palabras aisladas: Jesús, Señor, líbralos, sánalos; y la “s” producto de un efecto de la consola, retumba en la sala como si viniera del más allá.
Durante 15 minutos, el Pastor continúa a ritmo de jet. De pronto se detiene y pide la más absoluta atención. Quiere comunicar algo y quiere que lo entiendan. Es día del Manto Sagrado, es día de sanación.
Sana, sana, Manto mis nanas
El Pastor le pide a sus apóstoles – doce jóvenes vestidos de traje que merodean continuamente alrededor del templo - que desplieguen el manto rojo, que mide no menos de 40 metros de ancho, a lo largo del estrado. Ahora, en tono pausado, invita a aquellos que tengan alguna aflicción de salud, económica o sentimental que se acerquen. Un quinto de la sala se aproxima lentamente hasta el pie del estrado. El Pastor les pregunta si tienen fe mientras los apóstoles cubren a los que buscan la sanación con una punta del Manto. Unos segundos de silencio y el Pastor comienza su oratoria a la Kesman.
-¡Fora o mal! ¡Fora enfermidachi!- espeta el Pastor. La rápida sucesión de mantras en portuñol son acompañados por el público mientras las siluetas de los fieles que dibuja el Manto empiezan a retorcerse como poseídas.
Unos minutos de frases sanadoras y los apóstoles quitan el manto ágilmente, como si fueran ayudantes de David Coperfield. Los afligidos quedan al descubierto; algunos siguen retorciéndose.
El Pastor les pregunta si han sido sanados y ellos, al unísono, afirman que sí. A esta altura todo el salón está aturdido; ya sea por las palabras del Pastor o por el volumen de los parlantes.
El Pastor toma un trago de agua y hace el anuncio: es hora del testimonio de los sanados por el Manto.
Milagros al aire
Un par de apóstoles hacen la selección de quienes darán su testimonio. Son aproximadamente 10 los elegidos que comienzan a hacer fila en la escalera que lleva al estrado.
Siguiendo con su tono sereno, el Pastor, a esta altura devenido Maestro de Ceremonias, hace otro anuncio: hay una cámara que filmará los testimonios para luego mostrarlos en el programa de la medianoche. Un camarógrafo corre precipitadamente por el pasillo central del salón, planta su trípode a mitad de camino y comienza a grabar.
La primera en pasar es una anciana que dice sufrir de la espalda. Le entrega al pastor las radiografías que confirmarían que no hay nada extraño en la misma. Acudió al Templo como última alternativa. El Pastor muestra las placas, las cuales son imposibles de observar a distancia.
La anciana comienza con su testimonio y cuenta que el Manto Sagrado hizo que su dolor desapareciera. El Maestro de Ceremonias detiene el testimonio abruptamente: la anciana está fuera de cuadro. Ambos se mueven un poco hacia la derecha y la señora comienza de nuevo su historia, con las mismas palabras.
Uno a uno, los testimonios se van sucediendo: una mujer joven asegura que le hicieron un trabajo de magia umbandista y que no podía mover su brazo derecho, pero gracias al manto ahora no tenía ningún problema
-¡Jesús te ha sanado!- grita el Pastor y la mujer saluda al público con su ex brazo inmóvil.
Luego sube un señor con muletas y el Pastor le pide que se las de. El señor comienza a saltar y le agradece al señor. Parte del público extiende sus manos hacia arriba y, con los ojos cerrados, piden gracias al señor.
Cuando finalizan los testimonios, otra canción, esta vez más serena, indica que es momento de cantar. El tema habla de la curación y el público, con las manos arriba, la canta de principio a fin.
Todavía con las manos en el aire, el público que aún no fue sanado espera su oportunidad. Por los pasillos laterales del salón se pueden ver a varios apóstoles correr de un lado a otro mientras otros comienzan a desenrollar el Manto Sagrado. Los de la primera fila lo agarran y, cual hinchada de fútbol que despliega su bandera en el estadio, comienzan a pasarla por arriba de las cabezas de los que están atrás, hasta llegar a la última fila. Ahora todos están cubiertos.
El Pastor empieza de nuevo. A los gritos y a toda velocidad repite palabras y frases sueltas. El Manto huele mal y la voz del Pastor comienza a tornarse insoportable.
Unos minutos más de contacto con la bandera de Pare de Sufrir hasta que es desenrollada y depositada a los pies del estrado.
Algunas personas parecen haber quedado en estado de shock. Los apóstoles toman la cabeza de los shockeados y, al grito de “¡Fuera!”, los sacuden con fuerza. Algunos caen de espaldas sobre sus butacas.
Pare de Sufrir S.A.
La sanación a concluido. Suena un poco más de música mientras el público recibe trozos del Manto (en realidad, un pedazo de arpillera blanca) para que lleven a sus casas. El Maestro de Ceremonias anuncia el último tramo de la ceremonia: la entrega del diezmo.
El Pastor se pone serio. Se arrima al borde del estrado y pide atención. Quiere dejar bien en claro que nadie obliga a los presentes a dar plata, que la plata donada sirve para cubrir los gastos de la Iglesia, que cualquier peso vale. Lentamente comienza a alzar su voz y con un público aturdido luego de una hora de intensas emociones, arremete nuevamente. Esta vez como si estuviera en un remate, comienza a ofertar el diezmo.
-¡200 pesus, quien poni 200 pesus!- Pasan unos segundos, una solo persona se acerca y coloca la plata sobre el Manto. El pastor baja la oferta
-¡100 pesus! ¡Viamus quien poni 100 pesus!- Nadie pasa y la oferta baja a 50. Dos o tres de la primera fila depositan su dinero.
La oferta sigue bajando: 40, 30, 20… y cuando llega a 10 pesos, tres cuartos del Templo se arrima al Manto para depositar el diezmo.
En total, arriba del Manto debe de haber unos 1500 pesos si se estima que hay alrededor de cien personas en el Templo. A 5 sesiones por día, se puede calcular en por lo menos 7500 pesos diarios de diezmo, sin tomar en cuenta que esta sesión es a media tarde, la menos concurrida del día.
La ceremonia parece haber llegado a su fin. Los apóstoles reparten unas pequeñas cruces hechas de madera compensada. El Pastor le recuerda a los presentes que al otro día habrá sesión de milagros, a la cual nadie debe faltar. Acto seguido informa que sus apóstoles repartirán el sobre del diezmo; el que importa. Pide que reflexionen en sus casas con el sobre al lado y que hagan lo que su conciencia les dicte. El sobre debe ser entregado al día siguiente pero si alguien se olvida no hay problema con que lo entreguen otro día.
Casi 2 horas han pasado. Queda la sensación de haber presenciado un show sin fisuras. El manejo de los tiempos fue perfecto. Bien arriba desde el principio, la ceremonia solo dio escasos minutos de descanso.
Para el final, el Pastor, junto a sus 12 apóstoles, despide a los fieles e invita a la mujer que toca el órgano a ejecutar la última canción de la tarde. Con las manos arriba, cantando y sacudiendo sus trozos de Manto de arpillera, el público sale de la iglesia y se pierde de vista en medio de una 18 de Julio engañosamente silenciosa.