Monday, December 05, 2005

SOCIALISTAS ERAN LOS DE ANTES

A continuación, la primera entrega de las "Pequeñas aproximaciones Patuchistas a los fermento - pensantes de Carlos Vaz Ferreira".

Ideal de excitación e ideal de satisfacción


En lo social, en lo humano, es fundamental la personalidad, y lo conexo: individualidades; lucha, con victorias y caídas; esfuerzo, excitación.


El hombre, sentado en su escritorio, trabaja hasta el agotamiento. Su jefa, un manjar del cielo, femenina, autoritaria y petulante, apoya sus pechos sobre los hombros de este empleado que dedica sus noches a masturbarse con las curvas que reposan sobre la camisa perfectamente planchada por su mujer. Mientras le indica con su mano algunos errores que encontró en la planilla, la mujer sacude lentamente su pelo, rozando la oreja del hombre. La excitación - hasta ahora controlada por el freno moral del ser casado y subordinado - cede ante el instinto animal que recorre su cuerpo. El hombre, cual Gremlin que espasmódicamente muda su terso pelaje por una cobertura verde y viscosa, siente como su cuerpo se estremece y toma el control de sus acciones. Se abalanza sobre los pechos de su jefa y los muerde con saña, traspasando su blusa hasta sentir entre sus dientes la carne viva.
Los compañeros de oficina arremeten contra él en un intento de frenarlo y éste no opone resistencia.

La humanidad se humanizó y se hiperhumaniza por excitación: el progreso se hace castigando la especie.
Ahora, eso es demasiado doloroso, duro; y, además, no se sabe si responde a una realidad final.

Después de unos minutos de inconsciencia, el hombre vuelve en si. Las miradas recriminatorias lo atemorizan. Mientras, en otro cuarto, la mujer atacada llora desconsoladamente aunque su bombacha se encuentra húmeda.
El silencio en la oficina es total hasta que irrumpe la policía acompañada por la mujer del hombre.
Así comienza un breve interrogatorio, al tiempo que se escuchan las escenas de histeria de una mujer harta de planchar camisas y recoger calzones duros de semen.
La policía se lleva al hombre que, dentro de su impotencia, siente un amargo placer: el placer de sacarse, de castigar la represión y ser castigado por eso. Amargo es el qué vendrá.

Entonces viene el otro ideal, el ideal de satisfacción: asegurar algo, no dejar caer demasiado, igualar hasta un cierto grado: un mínimum de igualdad, de seguridad y de felicidad.
En ese carácter y grado, como complementario del otro, ese ideal es tan legitimo como indispensable; pero nunca hay que olvidar que no es el único. (Suele ser lo que se olvida en “socialismo”).

Poco tiempo pasó el hombre en la cárcel: la pena fue leve gracias a que su jefa admitió que abusó de su condición de manjar del cielo.
La esposa planchadora perdonó al hombre aunque en su cabeza daba vueltas la imagen de su marido desorbitado, refregando su cabeza por las tetas de su jefa.
Un día, en un acto de la 90, el hombre - que ahora dedicaba su tiempo a la militancia a la espera de un cargo público - sentó en sus faldas a su mujer y, en total control de su cuerpo, tomó por asalto sus pechos. Ella, lenta en su reacción se dejó llevar por la situación. A diferencia de sucesos pasados, la gente que estaba a su alrededor, inintencionalmente cómplice de una historia que no conocía, ignoró a la pareja.
Consumado este simbólico ataque pasional, los dos se marcharon en silencio a su casa. Cada uno con sus pensamientos: la mujer con el amargo placer de sentirse en relativa igualdad, enumeraba la cantidad de ropa que tenía que lavar. El hombre, con una creciente convicción de que había recobrado la seguridad sentimental, recordaba las tetas de su jefa.